miércoles, 11 de noviembre de 2009

¿En qué o en quién confías?

Todos necesitamos un motivo para levantarnos cada mañana, bajarnos de la cama y ponernos en marcha. Tú ¿En qué confías? Puede que confíes en que algún día llegue ese momento en que cambie la suerte y te toque la lotería, o firmes el contrato de tu vida, o el chico/a de tus sueños te va a decir que sí. Puede que confíes en tus propias fuerzas, en tu juventud, en tu cuerpo, en que vas a aguantar cuantos trances te pueda enviar la vida. Puede que confíes en el trabajo que tienes, en ese sueldo que tienes y que parece que es la llave de la felicidad, que es siempre la condición indispensable para alcanzar los sueños... Puede que confíes en que los que te rodean, o tú mismo no vas a fallar... No sé, pero todo eso me suena a los cuentos de Antoñita la fantástica. La vida pega vuelcos, amigo mío. ¿Quién podría decir que esas promotoras tan grandes y que han ganado esas ingentes cantidades de dinero ahora estarían arruinadas? ¿De qué sirve tener millones y millones en el banco si con eso no te aseguras el vivir unos días más? ¿Para qué, para que otros lo disfruten? ¿Para qué gastarse una millonada en una casa si ello implica no poder salir de ella? ¡Es bueno vivir en una jaula de oro? Hay cosas en el mundo que no se pueden comprar. Tener sueños está muy bien y hay que soñar, pero con cosas grandes de verdad. En las empresas no hay nadie irremplazable, ni el más alto cargo ni el más bajo. La diferencia será el sueldo y la responsabilidad pero no en ser mejor o peor persona. El título no te hace mejor que otro. Y si uno se olvida de eso, caerá y nadie le sacará del hoyo, porque seguramente habrá subido pisando, sin crear equipo... y eso se paga.

Confianza. ¿En qué pones tu confianza? ¿Cuáles son tus pilares? Nunca es tarde para planteartelo. Porque si no lo sabes, quizá ese cansancio, ese mal humor puede que venga por ahí. Sí lo sabes y lo habías olvidado, volverá a tener fuerza y recuperarás la energía, la serenidad, la paz en medio de los líos cotidianos. Si lo sabes, tendrás la meta clara, sabrás que esta vida es una carrera de fondo, en la que lo que importa no es el sprint, sino el fondo, levantarse, la regularidad y seguir, a pesar de todo. Habrá caídas, dolor, pero si la meta está clara seguirás y nada te desviará de ella. Puede que te pierdas a veces, tendrás que desandar y volver al camino... no importará lo que venga porque la meta estará en la mente, en el corazón, un día, otro, otro... y la confianza clara. Las fuerzas fallarán, porque ni siquiera podemos contar con que todo salga como queremos nosotros... pero si la meta esta clara, no perderemos la paz, pues sabemos en qué o en quién confiamos. Meta de cada uno, sin mirar a los lados, sin compararnos con los demás, pues cada uno tiene su ritmo. Cada día lo compruebo con el peque. En su clase hay algunos peques que hacen unas cosas que él no hace todavía y otras cosas que él hace y que otros ni pueden. ¿Por qué ese afán de compararnos? ¿Los demás tienen mis vivencias, han vivido mi vida, tienen mis realidades? ¿No? Pues entonces nada de comparaciones. Mi ritmo es diferente. Puede que a mi me cueste mucho las matemáticas pero sea un genio en lógica. Pues aprovecharé la lógica para suplir las matemáticas. Y me esforzaré más en matemáticas. Tengo que reconocer mis límites. No pasa. Soy humana y como ya he dicho más de una vez, tengo derecho a cansarme, a caer, a fracasar. Ningun motor aguanta estar siempre a tope de sus revoluciones. Hasta los coches más potentes tienen que pasar por la puesta en marcha, necesitan progresión.

¿En qué confío? En el dinero no. Tal como se viene, se va. La crisis lo ha demostrado. Y la fortaleza de una empresa, a pesar de todo, es como el filo de un papel. Puede venir un tsunami y se la lleva. ¿En la salud? Tampoco. Os aseguro que la sensación de intentar levantarse de la cama y notar que las piernas no responden no es buena, reconocer que no puedes, que eres frágil, que eres débil, es, en la mayoría de los casos una cura de humildad, un master en paciencia. Y me duele ver que mi marido está haciendo un esfuerzo titánico por suplir mi ausencia, no poder cuidar a Dani que me echa en falta... mi orgullo me martillea y sé que si fuerzo, puedo; pero no sé si forzar puede ser peor. Terrible dilema. NO, tampoco confío en mis fuerzas. Algo evidente. Si confiara en ellas, estaría con una depresión impresionante. ¿Entonces? Confío en una promesa. Puede que a veces parezca que lo olvide; pero siempre hay algo que me lo recuerda y es lo que hace que lo afronte todo. Una promeso que se hizo hace muchísimo tiempo y que se renueva cada día. Confío en la promesa y sobre todo en quién la hizo. ¿Queréis saber más? Eso lo dejo para nuevos post, aunque seguro que más de uno sabe de lo que hablo :-)

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