Cuando empecé con el blog, además de estar de moda los memes, entre los bloggers nos premiábamos. Premios de lo más variopinto; pero que te hacían como poco esbozar una sonrisa, por el nombre del premio, por quién te había premiado o bien por lo que signficaba el premio. Siempre buenos sentimientos y un extra en los motivos que nos impulsan a los bloggers a ponernos a escribir y a poner nuestras vidas en este escaparate. Eran premios inesperados, porque cuando tienes el gusanillo de escribir no esperas un premio en sí, la propia lectura, los comentarios, una conversación surgida de un post es el premio añadido. Además, el premio en sí se lo da uno mismo al escribir y dejar que las ideas surjan y se expresen con más o menos claridad. Todos salen ganando, desde el que escribe hasta el que lee. Aunque sea porque te aporta un punto de vista distinto, diferente, o te permite entrar en la humanidad de la comunicación. Porque la interrelación de los seres humanos ya es en sí mismo un premio. En esos tiempos, aceptabas el premio y nominabas o premiabas a otro, por lo que el premio en sí mismo se propagaba. Curioso, porque, normalmente cuando se recibe un premio es para uno mismo y en otros acontecimientos, no hay ese paso más. Perteneces al círculo de premiados y ya está. Pero el mundo de internet es distinto en ese aspecto, aquí los premios se comparten, se crean y recorren el mundo para multiplicar la alegría y el estado de ánimo positivo. Se forma algo parecido a la cadena de favores, y la verdad es que siempre se agradece ese ánimo extra.
En la realidad de cada día hay muchos premios de ese estilo. Si no estamos atentos, nos los podemos perder. No son premios en metálico sino de corazón, lo que los hace más valiosos y necesarios para que la vida está equilibrada. Si no los vemos, es quizá por rutina o porque estamos tan ocupados en lo importante que desatendemos lo verdaderamente importante. ¿De qué hablo?Hablo de los muchos premios que recibimos cada día: ver la cara (legañas incluídas) de la persona que amo cuando me despierto, la sonrisa de mi hijo cuando le recojo en el cole o cuando escucha cómo se mueve la cerradura de la puerta cuando llega su padre. ¿Acaso no es un premio? Algunos pensarán que no, que para premios los Oscar, los Goya o hasta la lotería. Para mí, ver la alegría en los ojos de Dani cuando le recojo es un gran premio. Una sonrisa en un momento de cansancio, inocente, pura, sin dobleces, es el premio que más anhela el corazón. Si no lo habéis experimentado, es algo que no se puede explicar. Pero hay más premios, el encuentro inesperado con alguien querido que te saca de la rutina, una llamada, la ayuda de un extraño en la calle, una canción escuchada en el momento justo. Hay tantos premios en el dia a dia, que por no prestar atención, nos quedamos con las cosas complicadas de la vida. Y, sin embargo, los buenos momentos están ahí, y en mayor cantidad de lo que puede parecer. Sólo hace falta que abramos los ojos y miremos, con los ojos de la cara, los del cerebro y los del corazón. De verdad.
Hagamos un paréntesis y miremos a nuestro alrededor. Pensemos en lo que ya hemos conocido de este día. Hoy es 24 de enero, San Francisco de Sales, patrón de los periodistas. Para mí ya es un premio. Me trae recuerdos de la facultad cuando este dia era festivo y se "santificaba" durmiendo más y quizá aprovechando para estudiar por la cercanía de los exámenes. Un día para pensar un poquito en todos aquellos que se enfrentan con el folio en blanco, bien sea para prensa, radio, televisión o internet. Esos que se levantan con ganas de hacer bien su trabajo y a veces se sienten como tontos con un megáfono, teniendo que contar tonterías, pensamientos "basura". Pensemos en los comunicadores, no como esos "maléficos personajes" que se dedican a sembrar la crispación en la actualidad política, sino como lo que son, hombres y mujeres, mensajeros, que intentan informar de la realidad, de esos hechos que en la facultad eran sagrados y que ahora se "someten" a la dictadura de una línea editorial por un sueldo, a veces escaso, con lo que la objetividad deja paso a la necesidad. Y eso, los que pueden dedicarse a su profesión-vocación porque hay otros que por no entrar en el guión se quedan en la cola del paro o aceptando trabajar sin demora en otra cosa mientras contemplan el enchufismo y como sus 4, 5 ó 6 años en la facultad no sirven en el CV frente a los amiguismos o a los cutrefamosillos que van de "padres o madres coraje" cuando realmente lo único que han hecho es pasar 10 ò 15 minutos con otro famosillo. ¿Quien necesita que les salven, esos famosillos de tres al cuarto, protagonistas de un reality show o los profesionales que estan sellando su paro por ese intrusismo? A esos profesionales que hoy vean que hoy es San Francisco de Sales les ha tocado el premio de seguir apostando por lo suyo, por lo que les gusta y seguir luchando sabiendo que en lo que les toca hacer pueden ser felices, siguen teniendo intacta su dignidad. Pueden usar internet para plasmar lo que respiran. Y si perserveran, se darán cuenta de que han triunfado, que su vida está llena, aunque al principio no vean con demasiada claridad.
Las caras de la oficina también son un premio. Sí, suena casi irónico; pero es verdad. Premiemos a los demás con una sonrisa, con una pregunta con un poco de atención. Que a veces parece que somos como besugos dentro de nuestra pecera, aislados y que los demás más que personas son objetos. Quitemos los mecanismos de defensa que nos da el mosqueo matutino gracias al atasco y miremos a los demás. Mirar a los ojos de la gente, pensar en los demás no como objetos para llegar a uns objetivos o como números para nuestro prestigio personal. No vale la pena ser el responsable de 10, 100 ó 1000 personas si por ello nos deshumanizamos y no somos capaces de mirar a sus ojos con lealtad. Por lo menos aprenderse los nombres, si no es posible tomarse un café. Que las reuniones con los jefes son importantes; pero lo es más las reuniones con los que te sacan las lentejas del fuego todos los días. Eso es lo que crea el buen ambiente en el que se fundamentan los grandes éxitos. Si pierdes eso, puedes tener un sueldazo pero eres un fracasado. Además tener una oficina a la que ir, esas caras que te rodean son un premio. Si lo dudas, pregúntaselo a los que están helándose de frío en la cola del paro.
Los atascos son otro premio. Sí, aunque nos hagan llegar tarde a esa reunión tan importante. Son un tiempo precioso para disfrutar de la radio, para planificar el día con calma, para disfrutar de una canción que nos lleva a un tiempo pasado y... para que el radar por el que pasamos todos los días no nos dé ningún "regalito". Todo depende de cómo nos enfrentemos a las cosas, de nuestra capacidad de aprovechamiento.
Otro premio, encontrarnos por la calle a alguien. Una persona que nos saluda, que nos mira aún cuando nosotros no parecemos ni nosotros mismos debajo de tanto gorro, tanta bufanda y tanto abrigo necesarios en esta ola de frío que nos recorre. Y lo que para algunos es malo, para otros puede ser buenísimo. Seguro que los esquiadores estarán deseando que haga más frío y que nieve, que no deje de nevar. Que duda cabe que el hecho de tener abrigo, bufanda, gorro y guantes es otro premio cotidiano, como la comida de la nevera, la gasolina del depósito del coche, los eurillos del monedero.
Entonces ¿Todo lo que nos ofrece el día a día es un premio? Pues sí. A veces más gordo que el de la lotería de Navidad. Una buena lectura, un café hecho con cariño, hasta el repollo o el brócoli de la cena. Todo es un premio por lo que deberíamos sorprendernos y dar gracias. Premios cotidianos que nos hacen mirar con una sonrisa el "sigue buscando" del envoltorio del chicle de la niñez. Sigue buscando, hoy tienes la papeleta ganadora, sólo tienes que estar pendiente del sorteo.
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