domingo, 3 de abril de 2011

Hay cosas que no comprendo

En este mundo en el que parece que todos tenemos que entender las cosas a la primera, en el que todos tenemos que llegar a lo máximo en el menor tiempo posible, reconocer lo que he puesto en el título es casi una demostración de debilidad. Es como cuando estudiaba, el que levantaba la mano para que el profesor repitiera un concepto, o bien era un pelota, o bien era un lelo. Y no sé qué era peor. Bueno, sí lo sé, levantar la mano cuando quedaban dos minutos para que se acabara la clase y saber que si el profesor se liaba a explicar, íbamos a salir tarde. Eso sí que era lo peor, incluso podías sentir las miradas "asesinas" en el cogote. En la vida fuera de los estudios ocurre más o menos lo mismo. Cuando te sacas el carnet de conducir, parece que lo importante es que te lo saques rápido, no si eres un peligro para los demás conductores. Y así pasa, que hay cada uno conduciendo por las carreteras que te preguntas en qué tómbola se ha ganado el carnet. No, las cosas llevan su tiempo e intentar forzar el tiempo suele ser un craso error. ¿Acaso se pretende que te leas un libro de Hegel, el que sea, y lo entiendas en una hora? Yo diría que si pasas de las dos primeras páginas entendiendo algo, ya es un logro. Ocurre lo mismo cuando se trata de una actividad que lleva tiempo, digamos por ejemplo hablar otro idioma, perder peso, practicar un deporte. La mayoría lo dejamos pronto. Estamos impregnados de la cultura "Fast food", por llamarlo de algún modo. Lo queremos todo para ya mismo. Vamos a todos lados deprisa, como un cúmulo de cosas por hacer en espiral, por mucho que haces siempre hay que hacer más. Normal que empecemos la semana al 15% o al -20% de nuestras fuerzas. Nos tomamos la vida como una carrera al sprint... y diría que más bien es una carrera de resistencia. Se trata de dar pasos siendo nosotros mismos. Siendo como somos y como estamos. No sirve de nada cabrearse porque estemos con un trancazo del 15 o nos peleemos con la vida. Mejor es verlo con lealtad y disfrutar. Sí, disfrutar aunque estemos mal. Disfrutar porque estamos llamados a otra cosa, estamos llamados a ser felices de verdad. Y aunque estemos mal, no es necesario que nos quedemos en ese mal momento. Las tormentas no duran siempre. Tenemos la cualidad de que nos quedamos en amargarnos la vida y a veces olvidamos que es más empático la risa que el lloro. ¿No? Probad a hacer cosquillas a un niño pequeño y veréis que pronto empezáis a reir vosotros también. La risa de los niños es contagiosa. La de los adultos parece casi un recuerdo hipócrita de una felicidad pasada. Porque nosotros lo hemos así. Nos hemos encorsetado tanto, que ser natural es casi ofensivo. Tenemos que aprender de los niños. Ellos no se sienten mal si te dicen que les ayudes, que les repitas algo. Lo ven normal y no le dan mayor importancia. Es mucho más divertido hacer las cosas con papá o mamá que hacerlo solo. Y les encanta ayudar. Se sienten importantes si están cocinando o si están haciendo cualquier labor de la casa. No saben lo que es eso de "dejarme solo". Al contrario, quieren estar acompañados, aunque estén en sus juegos o les apetezca estar tranquilos.

Vista desde esta perspectiva, puedo decir que hay cosas en la realidad que no comprendo, que se me escapan y que tengo que ir más despacio para sacarlas el "jugo". Me está ocurriendo con los libros que ando leyéndome. "El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito" de Joseph Campbell y "El talento está en la red" de Amparo Díaz Llairo. Sé que más de uno estará pensando que tengo mucho tiempo libre y que es normal porque pertenezco a ese "club" de españoles que cada tres meses van al INEM. Lo importante no es la cantidad de tiempo que tengas, sino la calidad del mismo. Que sepas aprovecharlo y que sepas pararte de vez en cuando. Que salgas de tu rutina laboral y te des un premio de los que hablaba en el post anterior. Los dos libros para cogerlos despacio, de esos que vas leyendo y te das cuenta de que si lo haces rápido te vas a perder ideas. Y aunque leas despacio, siempre hay algo que se te escapa. Bueno, pues cuando me dedico a su lectura,´tengo que tener un diccionario cerca. Porque hay algunas palabras que me cuesta hasta pronunciar. Son palabras que pertenecen a mi idioma pero que desconocía y que creo que nunca había oído. Puedo dejarlo pasar, entender el significado por el contexto, hacer como si las supiera y seguir... o bien, puedo reconocer que no lo sé todo y buscar en el diccionario. Dudo que alguna vez las use; pero el tiempo dedicado a ellas seguro que las recordaré.

Pedir ayuda cuesta siendo adulto. Nos han vendido tan bien lo de la independencia, que ahora no es que no podamos trabajar en grupo, es que ni siquiera entendemos el concepto. Hay algunos que delegan mucho, muchísimo, para no hacer nada y otros que prefieren hacerlo ellos mismos para evitar tener que repetir algo una y otra vez. Ambas opciones son ineficaces. En la primera, puedes convertirte en un problema. Y ya se sabe lo que dice la sabiduría popular "O eres parte del problema o eres parte de la solución". En el segundo caso, llegará un momento en que no puedas con todo y tu responsable te pida explicaciones... o te afecte a la salud, que creo que es bastante peor. Lo normal es ser responsable con lo que le toca a hacer a cada uno. Es complicado, lo sé; pero es lo mejor para todos, estemos donde estemos, en la facultad, en el trabajo, en la calle o en el congreso. Estar bien con todo el mundo es imposible; pero podemos hacer lo que nos toca ahora lo mejor posible. Lo que hicimos ayer ya no importa, lo importante es lo que tenemos ahora. Donde podemos y debemos dar todo lo mejor de nosotros mismos y ser felices. No vale de nada pensar en lo que pudimos hacer, o en lo que vamos a hacer dentro de dos horas. Lo que cuenta es el ahora. Este preciso y precioso momento que podemos coger con ambas manos y exprimirlo al máximo. Aunque parezca que no hacemos nada. La vida es eso, la unión de momentos y en nuestro ritmo, lo entendamos a la primera, a la segunda, a la novena... o no lo entendamos nunca. Porque hay cosas que no entenderemos nunca. Pero eso no es excusa para quedarse encerrados con ese lastre de no entender, porque hay otras cosas que sí podemos hacer. Me viene a la cabeza lo que me ocurrió el viernes por la noche. Volvía a casa después de una actividad con periodistas y conecté el navegador para volver a casa. Más o menos sabía por dónde volver; pero lo puse para ver por dónde me llevaba. Acabé en una parte de Madrid que no tenía muy claro si alguna vez había pasado por allí en toda mi vida. Mi idea inicial era mucho más simple; pero el navegador, casi como si se estuviera justificando, me llevó por unos vericuetos increíbles. Creo que ni aposta podría repetir el trayecto. ¿Eso va a hacer que no use más el navegador? No, lo que me recuerda es que no deja de ser una ayuda a la inteligencia del conductor, que marca una serie de rutas y que al final quien toma las decisiones soy yo, que soy la que conduzco y que no debo fiarme al cien por cien de él... sobre todo porque puede que algunas calles estén prohibidas. Son herramientas útiles; pero ante todo son eso, herramientas, que no pueden sustituir al ser humano. No se les puede pedir que sean infalibles. Se ajustan a parámetros previamente indicados, no razonan. Me pregunto si a veces nosotros actuamos como navegadores, programados para hacer algo y así lo hacemos aunque haya otras formas mejores.

Pues sí, hay cosas que no comprendo en mi día a día. En mi mano está ir aprendiendo o quedarme en mi ignorancia. Y me dan lecciones hasta los más insospechados. Puedo tomarlo mal... o puedo aprendercon una sonrisa, dándome cuenta de que esta noche sabré un poquito más que ayer. Todo depende de cómo me enfrente con la realidad.

No hay comentarios: