domingo, 3 de abril de 2011

Con otros ojos

Me maravilla ver el mundo con otros ojos. No se trata de que tenga ojos de quita y pon como si fueran un simple complemento más. Ni es porque me haya limpiado los ojos. Me refiero a mirar el mundo a través de otra persona. No solemos hacerlo, porque nos fiamos de nuestro criterio, o al menos es lo que nos gusta creer. Miramos, por ejemplo, la nieve y pensamos en el tráfico que se va a formar, del frío que hace, si podremos circular con normalidad o tendremos problemas. Lo miramos como ojos adultos, de personas que tienen responsabilidades, horarios ajustados, problemas cotidianos... ¿Cómo miran los niños? Miran la nieve cayendo y se maravillan, se ponen a tocarla, a jugar con ella, la disfrutan. Me sorprende a veces la frescura que encuentro en mi hijo. Me sorprende lo que hace, su manera de mirar el mundo, su lógica. Me gusta mirar a través de sus ojos, cierto es que yo tengo que hacer el esfuerzo de imaginarme lo que piensa, a él le sale sonreir por naturaleza, mirar asombrado el mundo, decir lo que piensa con naturaleza. Él no entiende si hay cosas más importantes que lo que él puede decir. No piensa en el pasado ni en el futuro sino que vive cada día, descubriendo cada cosa, aprendiendo. ¡Qué diferencia con los adultos, que nos creemos que ya sabemos todo, que no necesitamos ayuda! Y no es así. Quizá se haya diluído en la monotonía el concepto de saberse necesitado, de no saber hacer las cosas perfectamente. A veces creemos que no necesitamos nada, porque somos mayores y que, como no cometemos grandes errores no nos hace falta ayuda. Puede que sea así, pero también que muchos pequeños errores pueden hacernos ser menos de lo que podríamos ser. Los niños no tienen problemas en decir que no saben hacer algo, que necesitan ayuda y pedirla. Los adultos nos obcecamos y nos cuesta mucho reconocer que no lo sabemos todo. Si lo reconociéramos, mejoraríamos y nuestra sociedad sería más humana, más fraterna, mejor. Sin embargo, a veces dejamos que sean otros los que nos saquen las castañas del fuego por no reconocer que tenemos problemas. Nos tienen, por usar un término muy en boga, que "rescatar". Como si fuese la economía. Y no nos gustará, pero es lo mejor. Como cuando tienes que curarte una herida o curar una ampolla tras una larga caminata. ¿A quién le gusta el betadine? Recuerdo que no me gustaba para nada, y sin embargo era necesario para que no fuera a peor. A los niños no les "ruboriza" que su padre o su madre les ayuden, les cojan en brazos, les saquen de los problemas.

Tenemos mucho que pensar y mucho que aprender de nuestros pequeños. Hay que atreverse a mirar con otros ojos. No sólo ponermos en la piel del otro, andar unas millas con sus zapatos, sino mirar con sus ojos, descubrir que lo que es importante para la persona que está a nuestro lado, aunque creamos que no lo es, para esa persona lo es y por ello realmente lo es.

No hay comentarios: