sábado, 15 de noviembre de 2008

Los pequeños momentos

He estado dándole vueltas al primer comentario del post anterior. Me ha recordado muchas cosas de las que me enseñaron en el curso sobre el amor humano que hice hace años. Básicamente era un curso en que verificabas un axioma que se convertía en una certeza: "No puedes amar a nadie si primero no te amas a tí mismo". Depende mucho del concepto de "amor" que se tenga; pero es una de esas grandes verdades que tarde o temprano experimentas en la vida. No se puede dar lo que no se tiene. Si no empiezas primero por amarte a tí, si no eres capaz de mirarte sin temor, difícilmente podrás hacerlo con aquellos que te rodean. No se trata del amor egoísta o sensiblero. Amores que dicen "primero yo, después yo y luego yo" o de amores que son puro sentimiento momentáneo y poco más. NO, el amor es mucho más que eso. El amor propio, el de verdad, no nos engaña diciendo que somos estupendos, maravillosos, impresionantes y perfectos. Sino que nos hace mirarnos desde la realidad, desde saber lo que somos y cómo somos, con nuestras cosas buenas y nuestras cosas a mejorar. Y empieza teniendo "misericordia, porque parece que es realmente a nosotros a los que nos juzgamos con más dureza. Quizá a los demás les permitamos equivocarse; pero nuestro orgullo diría casi que nos pega latigazos cada vez que fracasamos, que nos caemos. Y nos caemos, casi a diario, hacemos cosas que no están bien, que son errores... quizá porque confiamos, quizá porque no confiamos. No se sabe; pero... no somos perfectos por lo que lo propio de las personas realmente es equivocarse. Amarse a uno mismo es buscar aquello que nos hace bien, que nos pone frente a nuestra realidad personal sin miedo, es tener momentos de soledad con nosotros mismos, de escucharnos, de mirar las victorias y las derrotas... lo que somos y acogerlo, amarlo porque es algo de nuestra esencia. Hacerlo nos posibilitará estar bien con nuestro pellejo, con nuestra vida, con nuestro entorno, con nuestras movidas. Notaremos los terremotos, pero tendremos raíces que nos sujeten a la tierra. Sólo cuando estemos bien con nosotros, tendremos la capacidad de amar de verdad a los que nos rodean, por ser ellos mismos, no por lo que esperamos que hagan o sean. No es ni una teoría, ni una utopía, sino que es un hecho que se puede comprobar en la vida. Sólo hay que atreverse a andar por este camino "serrano" de empinadas cuestas y vertiginosos descensos, como si de una sierra se tratase.

Para poder dar, primero hay que tener. Para aceptar, hay que aceptarse y eso sólo se logra si marcamos prioridades y buscamos lo que necesitamos. Tener familia y amigos es algo estupendo... pero empieza primero por tí. Busca esos pequeños momentos para tí, para conocerte. No la imagen que das, sino lo que eres realmente. No se trata de lo que dicen de tí los que te quieren o los que no te valoran... sino de lo que dices tú de tí. ¿Cuántas veces nos escuchamos? ¿Cuántas veces ponemos en orden nuestra propia contabilidad vital? ¿También nosotros estamos en crisis? Quizá hoy sea más apremiante "RE-CORDE" que traducido del latin es "volver al corazón". Que te conozcan los demas no sirve si no te conoces tú, si no te miras tú, si no te recuerdas tú. No se trata de estar cargando con el pasado, sino de volver al corazón, a la esencia, al centro, a lo que te mantiene vivo. Sé que da miedo; pero hay que hacerlo. Es el paso necesario, es el "salto de fe", la puerta a una manera de vivir de verdad. Es como cuando te planteas hacer el camino de Santiago. Puedes hacerlo sin más y quemar etapas... o puedes dejar que el Camino "te camine". Y entonces es cuando te cambia, cuando entra en ti, cuando se hace una forma de vivir, es el instante que marca un antes y un después, el momento de recomenzar.

Son muchas las veces que he dado el mismo consejo, a distintas personas que, cualquiera sabe por qué, confían en mí y me cuentan sus movidas. No he estudiado psicología; pero más de uno diría que sé escuchar. Otra cosa que aprendí en el curso del amor humano. A lo que iba, y seguro que alguno que me lee dirá "cierto, a mi me lo dijo". ¿Qué aconsejo? Como no se trata de contar cosas que me han entregado, diré que a más de una persona le he recomendado que entre en la soledad de una iglesia, en un sitio que no le conozca nadie ni que le tomen por loco si se sienta y parece que no hace nada (las iglesias son fabulosas para eso) y que eche un vistazo a su vida con tranquilidad. Quien me hizo caso, casi siempre me comenta que no se sabe cómo pero que encontró un poco de luz. La verdad es que no me extraña. Porque basta pararse un poco de la vorágine cotidiana para descubrir nuevas cosas. Y... doy un paso mas... basta mirar la vida con la luz de la fe, para que algo cambie. ¡Ojo! Hablo de fe, no de moralismo. Porque algunos pensaran que la iglesia tal, que la iglesia cual... que piensen lo que les dé la gana. Yo hablo de mi experiencia. La mayoría de nosotros cuando hablamos de la iglesia tenemos en mente a un cura, a una monja, a un catequista o algo así. Tanto para bien... como para mal. Pues la cosa no va por ahí. En el Camino de Santiago me mostraron una realidad distinta... que se habría quedado en un bonito recuerdo si no lo hubiera contrastado con mi vida. Sé que tengo fe, no porque haga o porque deje de hacer sino porque afecta a mi vida, porque me encontré con Alguien. Y para mi es un hecho. Sé si ando bien o mal por la alegría. Os aseguro que se nota cuando la alegría, la felicidad sale del corazón o es algo externo y momentáneo. Se disfrutan las cosas de forma distinta. No se trata de cumplir normas por "imperativo legal" sino de que salgan de dentro. Vas a Misa no porque toque, sino porque encuentras algo distinto. Y el domingo que no vas, o el dia que no vas, hay algo que chirría. No es misticismo, sino algo necesario como comer o respirar. Porque no hay nada como mirarse a uno mismo desde el reflejo de lo de fuera. ¿A qué me refiero? A que no importa lo que haga o lo que deje de hacer, para Dios, yo soy importante, lleve un abrigo de pieles o una camiseta cutre. Desde Él puedo mirarme sin miedo, porque me sé aceptada y amada. No me juzga, sino que se da por entero. Por eso aunque me aleje, o me enfade y lo mande todo a la porra, termino volviendo porque sé que se puede vivir de otra manera, porque sé y es un hecho en mi vida, que he vivido de otra forma. Es lo que me llena el vacío del corazón, lo que me hace comprender mi mecanismo.

Cuando me plantee publicar "CORAZON HUMANO" pensé mucho en las repercusiones. Más de uno al leerlo diría "demasiada religiosidad" o "menuda paranoia, menuda comedura de tarro". Pensamientos respetables pero que no responden a la esencia del libro. ¿Cuál es? El corazón humano es precisamente el descubrimiento de la humanidad que late en cada uno de nosotros, el corazón como el centro de los anhelos, de los sueños, de lo mejor... y de lo peor. El corazón es la sede de la claridad y de la oscuridad, del blanco y el negro, del yang y el ying, de la vida y de la muerte. Depende de nosotros mismos con qué lo llenemos, se primará una parte u otra. Habrá más inquietud o menos dependiendo de lo que sobresalga. Depende de cómo miremos el tesoro del corazón haremos unas cosas o haremos otras.

No puedo dar respuestas, sólo pinceladas en plan impresionista, luz en pequeños momentos. Cada uno de nosotros debe, si quiere ser feliz, buscar sus respuestas, sus explicaciones y éso sólo se consigue si nos escuchamos, si nos damos cuenta de cuándo arde nuestro corazón, que es como la brújula que nos marca si vamos bien o vamos mal. Yo puedo indicar el camino que me funciona a mi... pero es mi camino, es mi don... seguramente al que esté a mi lado le valdrán unas cosas y otras no. Afortunadamente somos todos distintos. Cada uno tiene lo suyo, depende de si lo quiere invertir o si se queda parado por el miedo a fracasar. Es como cuando ves un gentío en un lado de la plaza... puedes ir a ver qué pasa o puedes escandalizarte del barullo montado y salir en dirección contraria. Todo depende de tí.

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