miércoles, 21 de diciembre de 2011

Gestión de expectativas

Tras unos días con unos posts que han sido bastante leídos y comentados, me encuentro con cierto nerviosismo, con cierta inquietud. ¿Por qué? Porque se van generando expectativas y a veces eso es como los exámenes o los nuevos trabajos. Son algo más que hormiguillas en el estómago. Hay muchas ilusiones puestas y a veces, esas ilusiones se truncan. Porque no se da lo esperado y es causa de decepción o de frustración. Por supuesto que no puedo llegar siempre con la misma intensidad a cada lector. Hay post que gustan más y post que gustan menos, que no aportan nada. Cuento con ello, hasta el mejor escribano echa un borrón y es algo que no me presiona. Lo que me importa y mucho es ser fiel a mi manera de ser, ser auténtica, más allá de las expectativas que pueda generar. No es que no me importen los demás, al contrario; pero lo que provoque depende de cada persona, no de mí. Los post deben defenderse solos, porque lo que yo busco cuando leo uno determinado es diferente a cuando lo escribo. En ambos casos siento vértigo y en ambos pongo expectativas. Pero es mi vértigo y mi expectativa. No puedo escribir sobre algo que no me creo, que no me entusiasma, con lo que no me identifico. Soy personalista, lo sé y pelear contra ello sólo me supone dolor. No tengo otros principios para cambiarlos y contentar a todos. Soy yo, sin más.

Sé que hago muchas cosas que los "puristas" dirían que no hay que hacer. Por ejemplo mezclar temas que en algunos casos son tabú. Más de uno me diría que si quiero caer bien no debo hablar de religión, de política ni de fútbol. Pues mal vamos. Porque en mi experiencia como bloguera, he hablado del ser humano, del mundo y de Dios. Las grandes cuestiones filosóficas se han entremezclado en mis escritos, desde mi libro "Corazón Humano" hasta el post que os parezca más mundano, más del "hombre del Carrefour". A algunos les gustará y otros pensarán que no voy a llegar a nada. Que me perdonen los segundos; pero sé dónde quiero llegar. Quiero ser feliz en mi pellejo, con mis kilos de más, mis canas, arrugas y excentricidades varias. Llegar lejos o cerca es lo de menos. La meta la pongo yo. Si hace 10 años alguien me hubiera dicho que en esta Navidad del 2011, mi equipo de fútbol estaría en segunda y mi estado civil sería el de completamente feliz gracias a una persona increíble y a un hijo sorprendente... como poco le habría dicho que ¿dónde está el palantir? porque suena más al Señor de los Anillos que a la realidad. Y sin embargo, aquí estoy y no cambio este tiempo transcurrido. Porque hasta lo malo me ha llevado a valorar más lo bueno. ¿Soy ilusa? Es posible. ¿Que me puedo llevar un batacazo? En malas plazas he toreado y sigo aqui. Y lo que más daño me ha hecho ha sido no creer en mí, olvidarme de quién soy.

No me estoy justificando, sino que en algunos momentos es bueno tener a alguien en contra para pensar en lo que haces. ¿Qué sería del gobierno sin la oposición? Es lo que nos hace estar alerta, concentrados y dar el máximo. Siempre desde el respeto, por supuesto. Nadie puede anularme como persona, quitarme mi dignidad. Porque eso no es exigir, es maltrato psicológico y no hay que permitirlo. Las ideas nos pueden separar; pero siempre hay algo que nos une y que no debemos olvidar. Aunque a veces algo nos parezca una chorrada, si para alguien es importante, hay que respetarlo. Es como cuando abres tu corazón a una persona, por algo que para tí es muy importante y va y te dice "¡bah!, no es tan importante". Como poco se nos queda cara de tonto y nos han echado un jarro de agua fría por encima. Eso nos enseña dos cosas: si para tí es importante, seguro que para alguien más lo es. Y segundo, que has elegido mal a la persona para contárselo. Muchos de los problemas actuales se habrían solucionado si la gente hablara y escuchara más. ¿Por qué nos sentimos tan solos en esta sociedad tan comunicadora? Porque no hay comunicación humana. Y cuando vemos que alguien da importancia a esa humanidad, es cuando nos pegamos como una lapa e intentamos exprimirlo al máximo. Casi tanto como Gollum en el Señor de los Anillos. No es lo frecuente y sin embargo es lo que más necesitamos. Nuestra crisis económica lleva aparejada una crisis de valores que puede convertirnos en mendigos de humanidad.

Llegar es importante, mantenerse también y saber leer la realidad lo es más. Es fácil aconsejar desde la distancia, como cuando ves un programa de televisión y piensas que los concursantes son lelos por no saber algo tan fácil como cuál es la capital de Italia. En mi día a día me pasa a menudo. Parece como si siempre me supiera mejor las respuestas de las preguntas de los demás que las mías propias. Por ejemplo en las clases de inglés, cuando estamos haciendo frases, parece coña, pero basta que tenga dudas en una para que sea la que me toca responder a mi. ¿Una jugarreta del destino o una casualidad? No lo sé, no creo en ninguna de las dos cosas. Todo tiene un motivo. No creo que las cosas pasen porque tienen que pasar. La realidad me sorprende. A veces me cruzo con alguien que me habla, o que me pregunta y ese momento cambia mi prioridad. Estoy preocupada porque se me ha roto un trozo de papel y no me doy cuenta de la soledad del que está a mi lado. En eso, mi hijo me enseña una y otra vez. Su capacidad empática es sorprendente. Hace unos días me encontraba mal y salió con su padre a ver un belén. El peque decidió que tenía que hacerme un regalo y se olvidó de sus propios gustos, pensando en su mamá. Llegó a la tienda y compró un ángel de cerámica, dejando con la boca abierta a su padre y a la dependienta por su decisión. Sólo cuando tuvo el regalo, se dedicó a buscar algo que le gustara para él. Es sorprendente. No lo hace por interés ni por justificarse. Le sale del corazón y lo hace. Evidentemente, a mi me dejó sin posibilidad de reacción, dando gracias y casi con la lagrimilla en los ojos. A veces lo que más te sorprende es lo que menos te esperas, esa frescura, ese dejarse sorprender.

Cuando te encuentras con algo, sea lo que sea, puedes elegir cómo lo afrontas, si con rechazo o lo asumes. Asumirlo no es conformarse, como cuando te llama alguien que te cuenta lo mismo durante media hora y es algo totalmente banal. Asumir es buscar sacar el máximo provecho para tu vida. Si ésto es lo que te toca, asúmelo, hazlo tuyo y aprovéchalo para tu camino. Si no es lo que quieres, aunque parezca bueno o que vas a quedarte sin nada, recházalo. No aceptes nada que pueda causar rabia o disgusto a tu alma. No se trata de ser inocentón, sino de salvaguardar el corazón de cosas que te destruyen. Espera grandes cosas de cada momento, de cada experiencia pero también déjate sorprender cuidando lo que más quieres, que es tu propio corazón. Si prestas atención, es posible que veas más respuestas y más salidas. Si te encuentras en plena oscuridad con una linterna, ¿a quién hablas, a la luz o a la mano que la sostiene? Buscarás quién está detrás para que te ayude a ver de nuevo.

La gestión de las expectativas siempre tiene dos puntos de vista, el que da y el que espera. Y ninguno de los dos puntos puede predecir completamente al otro. ¿Qué es mejor, no dar nada o no esperar nada? No dar nada es egoista. No esperar nada es desolador, es no tener esperanza, no dejarse sorprender. La verdad, no sé qué es peor. Mejor haz lo que puedas con lo que te toca. Si empiezas un trabajo o un curso, ten grandes expectativas si estás ilusionado. Puede que no sea como esperas o puede que te sorprenda y te inspire a hacer nuevas cosas. Depende de tí, de lo que te juegues sin mirar a los demás. Si te ofrecen mucho de palabra, mira las obras. Y si no es lo que esperabas, no te engañes y reconócelo, habla. Puede que no te escuchen; pero merece la pena el intento. Que por tí no quede el intentar arreglar la situación.

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