La prosperidad de un negocio suele ir aparejada a dos posibilidades: subida de precios o pérdida de calidad. No es una regla exacta; pero cuando un negocio triunfa se suele cambiar en esos dos aspectos. Lo que suele provocar, a veces, que el triunfo se convierta en fracaso. El equilibrio es complicado y el riesgo grande. Los emprendedores lo saben. Abrirse camino sin cambiar, ofrecer un producto genuino dentro de su clase es la varita mágica por la que más de uno daría lo que fuera.
El caso que me sirve para el post es uno de esos sitios que no han cambiado con el paso de tiempo. Se han realizado subidas de precio, pero nada lejos de lo aceptable y la calidad no sólo se ha mantenido, sino que ha mejorado. Porque un negocio puede ser sencillo, como ser un asador de pollos y tener una esencia única. Cuantos más se hagan, parece que la tónica es que terminen bajando en sabor, en calidad del producto. En este caso, la calidad se mantiene, aumenta la oferta, el servicio sigue siendo bueno y eso provoca que los fines de semana, sea un negocio demandado y en el que se espera turno, tanto dentro como fuera. La fórmula ha hecho que los competidores cercanos se hayan tenido que reconvertir o en algunos casos cambirar de local. Ahora no hagan sólo pollos sino que también haya aumentado su oferta en primeros, segundos y postres. Todo desde la calidad de siempre.
Nadie lo diría, no tiene luminosos llamativos, ni un escaparate atractivo, sólo es un local asador de pollos que tiene mucha afluencia y cuya publicidad se basa principalmente en el "boca oreja". ¿Hay publicidad mejor que un cliente satisfecho que vuelve? Las personas nos seguimos fiando de las personas de nuestro alrededor. Y ojalá sigamos así mucho tiempo. Será muestra de que la humanidad sigue siendo humana, tendrá corazón, será algo más que números.
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