domingo, 3 de abril de 2011

Mira que nos gusta complicarnos

Hoy intento sacar un poco de tiempo para actualizar el blog. Entre el posgrado y otros asuntillos, la verdad es que a veces parece que no tengo tiempo ni de mirarme al espejo. Mi día está lleno hasta los topes de cosas por hacer, de ideas por escribir, de personas a quien atender... Y es que os encanta complicarnos la vida a los humanos. ¿Para qué hacer algo sencillo si se puede complicar? Parece como si lo sencillo fuera casi vergonzoso. No sabes hacer algo como por ejemplo poner escayola en el techo y bueno, es normal, pedir ayuda o consejo; pero si se trata de abrir por ejemplo un tarro... buffff... parece que eso tenemos que saber y poder hacerlo. Y si el que no puede es un hombre, ¡pues para qué queremos más! A veces nos gustaría en nuestra vida saltarnos las etapas de aprendizaje, ser como esos genios que con 4 ó 5 años podían dejar con la boca abierta a más de uno. Queremos coger la guitarra por primera vez y salir tocando al estilo Paco de Lucía. Nos olvidamos que todo tiene su principio y que cuando éramos bebés empezamos comiendo puré (un plátano machacado con zumo de naranja en la mayoría de los casos). No pasa nada por no saber hacer las cosas a la primera. Pero, nos gusta complicarnos, nos gusta intentar aparentar ser algo que no somos... y por ello nos llevamos cada tortazo, que podría haberse evitado. Recuerdo que en la carrera de periodismo me explicaron que a la hora de escribir la cantidad de palabras técnicas que usas es inversamente proporcional al conocimiento del tema que tratas. Es decir, que si usas muchos tecnicismos, indicas que dominas el tema más bien poco. Porque, cuando conoces algo, puedes expresarlo con tus palabras. De hecho, creo que no entiendes una materia hasta que no puedes explicarlo haciéndolo tuyo. Cuando asimilas un concepto, se vuelve sencillo.

Nos gusta complicarnos. Miremos nuestra vida y si somos leales nos daremos cuenta de esa realidad. Y tenemos el orgullo muy alto. Los niños no son así. Lo veo todos los días con mi hijo. Si no puede hacer algo siempre dice con toda naturalidad "¿Me ayudas?". No se siente humillado, simplemente quiere algo y busca el medio de conseguirlo. Sin más complicación. Nosotros, ya podemos estar metidos en un agujero, que casi la primera reacción es decir "No gracias. No necesito ayuda". O nos inventamos una serie de parafernalias (absurdas en muchos casos) para hacer algo. Pienso por ejemplo en los ritos que hacemos, a veces carentes de sentido. Vas a hacer un examen o una entrevista de trabajo y que si llevas estampitas, los calcetines de la suerte... Cosas por el estilo. Pides ayuda y como te digan algo sencillo es como si te cayeras con todo el equipo, como si te echaran un jarro de agua fría encima. Como el concepto antiguo de que la penitencia tiene que costar o que para estar bella hay que sufrir. A veces nos gusta ser más papistas que el Papa y nos imponemos una serie de actos, absurdos en su mayoría. Si tienes que hacer ejercicio no te basta con caminar, no... tienes que subirte todas las escaleras del Empire State en 5 minutos. Si vas al médico y te receta ibuprofeno, surge el pensamiento "¿Y para ésto 5 años de carrera, el MIR,...?"

¿Por qué somos así? Creo que es la pregunta del millón, y perdemos mucho tiempo en historietas que no merecen ni 5 minutos de nuestro tiempo. Nos montamos nuestra propia película de algo sencillo, y de ahí surgen los malentendidos, las disputas, los enfados... como si realmente mereciera la pena perder nuestro valioso y escaso tiempo en esas complejas nimiedades.

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