jueves, 14 de abril de 2011

Contar historias

¿Acaso la vida no es más que eso, un continuo contar historias? Pensémoslo un momento. Nuestra vida, la existencia del ser humano en el planeta es un continuo fluir de historias. Historias personales y sociales. Nos encanta que nos cuenten historias. Atrás quedó el tiempo de aprender mediante memorizar frases y frases que al plasmarlas en un examen desaparecían de la mente como por arte de magia. Las historias son otra cosa. A lo mejor no recuerdas fechas exactas ¿qué importa? el hilo argumental te lo sabes. Desde que nacemos hasta que morimos, nuestra vida es una historia. Algunas veces engancha, otras aburre. Nos chiflan las personas que cuentan de manera interesante. ¿O no es eso cuando seguimos a cierto escritor, bloguero, periodista... o frutero, camarero, pescadero? Porque, para contar historias de forma interesante no tienes que dedicarte de forma exclusiva a las palabras. Cuando éramos pequeños, nos gustaba escuchar historias, cuentos, antes de dormir. Lo veo a diario con mi hijo, mira los libros con curiosidad, escucha y si se engancha su atención, se queda casi pétreo, con ojos como platos. Vive las historias de los cuentos, se emociona, los hace propios. Deja volar la imaginación y se deja sorprender, va aprendiendo sin memorizar, razonando.

Nos encantan las historias. Si no, ¿cómo se explica que la gente siga series de televisión de poca calidad? Leemos libros y siempre nos montamos nuestra propia historia. Aunque sean libros de ensayos, nos gusta imaginar al escritor hablando de ello, el lugar donde se encuentra, el café humeante que toma. Somos seres de historias visuales. Cuando vemos una película, advertimos rápidamente si habrá o no segunda parte. No hace falta que nos pongan el "to be continued". Escuchamos historias a nuestro alrededor y las visualizamos. A mi me sorprende a veces ver una casa en ruinas y descubrir que mi imaginación ya anda pensando en quién la habitaría, qué pasaría para que la abandonasen. Surgen espontáneamente preguntas. Lo mismo ocurre cuando me cruzo con las personas y cuando descubro navegando por la red otros blogueros. La foto ayuda, sí; pero ¿qué pasa cuando no hay imagen? ¿o cuando la imagen es de una parte del cuerpo muy concreta, como los ojos? Creemos que conocemos a alguien y, la mayoría de los casos, sólo conocemos la imagen que nuestro cerebro ha generado a base de las impresiones que nos ha causado una persona, un lugar o un hecho. Nuestro propio cerebro nos cuenta historias. Y, suelen ser a veces, mejores películas que las premiadas en los Óscar.

¿Y la comunicación no verbal? Igual, si somos seres que contamos historias, no necesariamente será a base de palabras. Nuestros actos, nuestras caras, nuestros movimientos, hasta nuestra ropa cuentan historias. A veces confusas, como esas personas adineradas que presumen de boca de cuenta corriente y al tiempo llevan ropa de mercadillo, aunque sea de mercadillo de sitio elitista. Y que conste que no tengo nada contra los mercadillos, bueno sí que tengo algo. No me gustan las aglomeraciones, el ir andando entre la marea de gente y prácticamente tener que usar los brazos como si fueran machetes aparta personas. Si alguien no entiende el concepto social de masa, que vaya a un mercadillo con gran afluencia de público y lo entenderá en sus propias carnes. Nuestro aspecto cuenta una historia. Nos basta mirar a alguien con ojeras para saber que ha pasado poco tiempo con Morfeo. O llegamos a más, vemos de lejos a alguien y seguro que le etiquetamos con alguna categoría de tribu urbana o de profesión. En mi universdad casi podíamos imaginar la carrera que estudiaba una persona mirándola un momento, por su aspecto.

Necesitamos contar historias para que nos entiendan. Los conceptos se aprenden mucho más fáciles con historias. Me llamó la atención cuando mi psicóloga me pidió que escribiera un cuento. Daba igual de lo que fuera, si era inventado o interpretación de uno existente. Las historias son la puerta al inconsciente, al subconsciente y al consciente... decimos mucho más de lo que a veces creemos decir. Decimos verdades como puños que a veces nos escandalizaría reconocer directamente.Y está bien, nuestro cerebro lo asimila y casi respira aliviado cuando sale algo así. Podemos compartirlo o no, lo importante es aprender de la historia, descubrir que todo tiene un hilo argumental, que son piezas de un puzle aunque al principio sólo veamos el contenido en una bolsa de plástico, un gran caos.

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