domingo, 3 de abril de 2011

Carta abierta... entre dos aguas

Por circunstancias que no he podido remediar, hoy no he podido despedirme de todos aquellos que durante estos siete años han trabajado conmigo. Me hubiera encantado que me hubieran comunicado el despido mientras estaba trabajando, para poder mandar un mail despedida. Pero estaba de baja y no tengo los correos de todos ellos. Algunos continúan allí, otros cogieron la puerta antes que yo. Algunos pueden pensar que lo que da prestigio a una empresa es la calidad de sus productos, su variedad, su prestigio en el mercado o ser el número uno en su campo. Para mi no es cierto. Lo importante es el equipo humano. Lo siento, no creo en eso de que las cosas se pueden hacer con dinero, con "casquería" o con inteligencia. Yo creo en el corazón. El corazón de una empresa es su gente, y aunque quieras optimizar recursos, si te olvidas de ello, quizá caigas en la gran incoherencia de este mundo que por servir al hombre lo terminas deshumanizando. En mi caso, mi cerebro estará tocado; pero no tengo un particular síndrome de Estocolmo. No, me han echado de la primera empresa que me dio la oportunidad en el mercado laboral remunerado. Y me quedo con un mogollón de buenos recuerdos de todos los que han estado acompañándome. De esas tardes en bajas cuando la fragancia de un compañero te daba un toque de alegría, de los cafés en una especie de cuchitril que parecía más un fumadero de opio a una sala de descanso. Y de esos días en que para llegar a objetivos se hacían "medio trampas" logándose con la misma matrícula varios y poder así subir el recuperado. Del "son lentejas" del rey Zeoded (o como se escriba) que tiene un corazón igual de grande que su cargo. Días en las que se trabajaba mucho y bien. Tardes que no acababan en la jornada laboral porque al terminar tocaba esperar a otros compañeros para las copichuelas, las cenitas o los lacasitos con bollo. Recuerdos grabados en mi memoria como la especie de convivencia-reunión de administración, donde no teníamos ni idea de lo que hacíamos pero allí estábamos. O el día en la nieve, donde más de uno salió dolorido, pero que las risas y las conversaciones iban más allá del trabajo. El grupo humano se convertía en piña, con entrenadores, que sabían sacar lo mejor de cada uno.

También hay momentos duros, de incomprensión y de ganas de tirar la toalla. El Big Boss se marchó dejándonos como si fuéramos series de televisión. Sin entenderlo demasiado bien. Algunos estábamos en plan francotirador, peleando con todo y todos para seguir. Crecíamos, aprendiendo quizá con dificultad las lecciones diarias, de lo que nos pedía la realidad. No importa que tronara, nevara... alguno arrimaría el hombro para achicar el agua o para echar la sal y que los coches no se estamparan en la rampa unos contra otros. Proyectos nuevos, duros inicios, pero que dejan el buen sabor de boca del deber cumplido, de hacer fácil lo difícil sin que haga falta que ponga en marcos de plata, o digitales.

Ahora cuando vea la imagen que ilustra el mail no pensaré en la empresa que puede ser, sino en la gente que está, intentando hacerse a la idea de que algunos no están, en la gente que nos hemos ido, pues no importa tanto si te vas o te invitan a irte. No creo que haya hecho mal mi trabajo, no he cometido ninguna falta... si no estoy ha sido una serie de circunstancias. ¿Para bien o para mal? No creo que se pueda medir. Como decía un libro que estoy leyendo, las personas demuestran la inteligencia a la hora de enfrentarse a las circunstancias, a los problemas. Enfrentarse es una cosa y resolverlas es otras. Quiero quedarme con los buenos recuerdos, con esas historias que llenarían las hojas de un hipotético libro. Echaré de menos los desayunos diarios del grupo, el "fumarme" el café con más de uno, el pique sano. Por supuesto que hay muchas cosas que meteré en la papelera de reciclaje del cerebro y le daré a eliminar.

Dejo familia, amigos, buena gente y quién me ayudó a valorar a los primeros. Me han dado el empujón para ver las cosas desde otra perspectiva. Para ponerme las zapatillas y buscarme el queso en otra parte. Queso que no dé dolores de cabeza, quizá no sepa igual, o quizá esté mucho más rico. He ganado experiencia en trato humano, en realidades que ni siquiera sabía que existían. Quizá no era el trabajo de mi vida, quizá lo mejor era la seriedad de una nómina fija junto con un horario que permitía vivir. ¿Quién dice que vaya a ser malo lo que hay tras las rejas negras? Como en el cuento, cuando uno nace cóndor debe abrir las alas y volar aunque estés en un nido de polluelos. ¿Seguro que les dejo? Bueno, si alguien dijo eso de que nos vemos en los bares yo diría que nos vemos en el mail, en las redes sociales y quien sabe si alguna vez nos encontraremos en otro trabajo, en una calle, o cualquiera sabe. No creo que ésto sea un adiós, sino más bien un hasta luego, hasta otra.

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