domingo, 25 de enero de 2009

Extraña sensación

Llevo desde el viernes con una extraña sensación. La produce un hecho bien concreto: uno de mis ahijados, con 25 años, entró ayer en un monasterio trapense para ser monje, para pasar el resto de su vida en un mismo monasterio, en silencio, en oración, en soledad. Es algo que a muchos le trae recuerdos del pasado cuando los hijos "segundos" tenían que elegir entre el "rojo" de la casaca del ejército o el negro de la sotana. No es su caso. A otros les deja sorprendidos porque en un mundo como el actual, dejarlo todo para encerrarse entre cuatro paredes es como tirar la vida, como decir que no se sirve para nada. No se comprende, es algo que llama la atención, que lleva a preguntarse ¿por qué? ¿por qué elegir una opción de vida así? ¿No sería mejor hacer algo por los demás, irse de misionero o algo por el estilo que quedarse en la "tranquilidad" del claustro? Quien piensa así, seguramente, no sabe lo que es estar un día entero en soledad y silencio, no sabe enfrentarse a la pasividad, a las tentaciones de hacer cosas, por el mero hecho de sentirse útil y desterrar el vacío que todos tenemos al pasar un día sin hacer nada, aparentemente. Porque parece que los contemplativos no hacen nada. Tirar la juventud y la vida tras los muros de un monasterio es algo que... realmente no se produce. Las vidas así entregadas no se tiran. Es otra opción. ¿Qué es lo que produce una decisión así? Una decisión que sabes que va a producir dolor entre tus seres queridos, por el desgarro de la distancia, de saber que pase lo que pase no vas a salir del monasterio... Sólo hay una respuesta: el amor. El amor de Dios, el amar hasta el extremo de entregar la vida, el desaparecer del mundo para dedicar tu vida a rezar. Renunciar a la comodidad, a la propia voluntad, acoger la pobreza, el no tener nada tuyo. Es una respuesta a saberse amado, a saberse abrazado completamente con lo que nos gusta de nosotros y con lo que no. Es responder a una llamada, a estar ante el Sagrario y hacer de tu vida, de tu día una oblación de alabanza a Dios. No se comprende en un mundo tan ajetreado, tan influído por las modas, por el consumismo, por el capitalismo. De buenas a primeras nadie lo desearía para sus hijos o para un familiar, o para conocidos. Ser sacerdote, bueno... misionero, bueno... pero ¿monje de clausura? Tengo a varios amigos en monasterios y puedo asegurar que la respuesta menos mala ha sido la de los padres de mi ahijado que, con dolor, han sido ellos los que han llevado a Rafa a la Oliva. Las peores reacciones que he conocido es el intentar dar una paliza al sacerdote de la parroquia o poner una esquela en la puerta para indicar que su hijo ha muerto. ¿Qué pasaría por el corazón de esa persona al ver a sus padres tomando tal decisión? Un desgarro mucho mayor, porque quien elige una opción así, no lo hace a la ligera y sigue teniendo un corazón que quiere a los suyos. Una de las cosas más difíciles para los vocacionados es la respuesta de sus padres... Supuestamente deben apoyar la felicidad de los hijos... y a veces la ponen bien difícil. Algunos realmente no piensan en la felicidad de los hijos sino en su propia idea de felicidad... y como no comprenden lo que es la vocación contemplativa se lo ponen muy cuesta arriba.

¿Por qué mi extraña sensación? Porque he estado a su lado en su camino desde el principio, desde que el conocí en un campamento diocesano. Sé lo que le ha costado dar ese paso, la de veces que ha intentado acallar lo que le decía su corazón por seguir una vida más sencilla sin tanta complicación , siguiendo el amplio camino de la mayoría. Sé de sus luchas, de sus recelos, de sus miedos... de dar un paso tan radical. Sé que no lo ha hecho a la ligera sino siendo consciente y sabiendo que ahora va a tener un periodo de ver si realmente es su camino. Estoy contenta por él, porque sé que es su camino y que lo ha decidido sabiendo de las dificultades. Pero... es mi ahijado y en cierta forma me duele la separación. No he ido a su entrada, aunque espero poder estar cuando tome los hábitos, cuando haga los votos simples. Me costará, pero sé que es su felicidad y esas lágrimas pueden ser muy sanadoras. En cierta medida se parecen a las que derraman las madres (y algunos padres) en las bodas de sus hijos, cuando ven que "abandonan el nido" para seguir su propio camino. Y lloran porque dejan el hogar, pero están felices porque hacen lo que creen que es lo mejor. Claro que en esos casos les pueden ver siempre que quieran, o llamarles por teléfono, alegrarse de ver a los hijos de los hijos... algo que con los contemplativos no sucede. Pero si les ves felices, aunque sea en el locutorio tras una reja, debes alegrarte por ellos, aunque el corazón se queje por no poder abrazarles. Porque los padres, los hermanos y los amigos tienen que, ante todo, buscar y aceptar la felicidad de los que quieren. Cuesta, puedo asegurarlo... pero cada uno debe seguir su propio camino y los demás deben animar, pase lo que pase.

1 comentario:

maria jesus dijo...

Si que cuesta y duele pero quererlos es querer lo mejor para ellos, lo que les haga felices