Me encanta andar descalza. Nunca he sabido el motivo, aunque creo que
es mi pasión por el mar lo que hace que las zapatillas de andar por
casa y yo no nos llevemos bien. Tiene una gran desventaja andar
descalza. Los pies suelen estar fríos, por el contacto con el gres, con
el suelo. En verano está bien; pero en invierno no está muy claro si
tienes dedos o cubitos de hielo. Y sin embargo, me encanta. A veces
hacemos las cosas por costumbre, por tradición o porque nos hace sentir
bien. Es casi automático. Llego a casa y me descalzo. ¿Por qué? Porque
estoy en mi hogar, porque estoy bien. Es como si me quitara la coraza,
como si dejara la tensión en los zapatos, como si respirase. Es un
símbolo al que puede que no de importancia, porque es algo habitual.
Pero hoy, mi foco de luz se ha centrado en mis pies descalzos. En mi
mente aparecen flashes de Shakira, escenas de películas como Descalzos en el parque.
Si cierro los ojos puedo hasta ver a Richard Gere andando descalzo en
la mítica película de Pretty Woman mientras piensa en su vida. ¿Por qué
lo hace? Porque andar descalzo es conectar con lo que nos rodea. Es
estar unido directamente con la tierra, con la naturaleza, con la vida.
Es correr riesgos.
¿Riesgo? Sí, porque al andar descalza, a veces
puedes encontrarte con algo punzante, con algo que hiere, pisar un
cristal o algo cortante. ¿Cómo respondemos a algo así? La mayoría de
nosotros nos aislaríamos, nos pondríamos botas con una suela gruesa y
arreglado. Es interesante y puede parecer sensato; pero también nos
podemos perder las caricias de la hierba, la suavidad de la arena, el
sentir en primera persona. Y ya que en la vida cotidiana no es muy
sencillo andar descalzo por las calles asfaltadas, al menos que la
realidad del hogar nos devuelva a la humanidad, a la naturaleza que
todos necesitamos. Quizá llevamos el buen salvaje
dentro de nosotros y tenemos que dejarle que salga de vez en cuando,
para sentirnos vivos, para sentirnos auténticos. Nos pasamos la vida
protegiéndonos casi hasta puntos hipocondríacos. Miramos el sol y nos
protegemos contra el cáncer de piel. Miramos la lluvia y nos protegemos
con un paraguas y un gorro. Miramos la nieve... y podría seguir. Miramos
la naturaleza, miramos la realidad como un ataque constante. ¿Es la
realidad tan mala o es nuestro punto de vista el erróneo? Porque el sol
es necesario, y la lluvia y la nieve. Quizá es que en nuestro afán de
supervivencia, de pasarla vida sin ensuciarnos, tan perfectos, nos
estamos olvidando de vivir, nos inventamos una realidad de la que somos
prisioneros, que es más pesadilla que sueño y que nos impide ver lo que
es verdad, que nos impide conectar con lo que somos.
Algo sencillo puede sorprendernos. Hace poco leía algo que mi memoria "Dori"
me impide decir dónde. Pero la idea sí que la tengo: para entender a
los demás hay que ponerse sus zapatos. Y se añadía que además, habría
que caminar con ellos. No sé si eso es factible, porque mis pies no
entran en cualquier lado. Pero me gusta la idea. Ponerse los zapatos de
otros, es ver los mecanismos con los que se aísla, cómo se enfrenta a la
vida, como afronta los problemas del camino. Y en ese ejercicio, me
gusta el hecho de lo que significa ponerse los zapatos de otro. Porque
para hacerlo, primero hay que quitarse los propios. Dejar nuestras
seguridades, nuestro sistema, nuestro criterio y entrar en los otros.
Parece increíble que algo que hacemos de forma cotidiana pueda tener
tanto significado. Supongo que las cosas tienen el significado que
queramos darles cuando las miramos. Son llamadas de atención,
despertadores de realidad. Formas de disfrutar el hoy. Claro que, para
eso, primero alguien ha tenido que enseñarnos la senda. Andamos
nosotros; pero necesitamos una señal para saber por dónde andar. Una vez
más, puedo mirar lo que me alumbra la luz, aunque no siempre sea yo
quien sostenga la linterna.
No siempre podemos andar descalzo, se
nos congelarían los pies. Hay un punto intermedio, que se llaman
calcetines para andar descalzos. Te conectan al suelo, sintiendo el universo
sobre uno, y al tiempo te permite tener una pequeña protección. Es lo
que tiene la experiencia y es bueno contar con ella al tiempo que hay
que dejar la puerta abierta a la sorpresa. No recomiendo los calcetines
para la playa, ni para la hierba. Cada momento tiene su oportunidad. Y
el ejercicio de descalzarse puede ser realizable, aunque no te quites
los zapatos. Creo que es un gesto que puede decir mucho, de ahí que me
recuerde tanto a la disposición del hombre creyente en las religiones de
libro antiguas. Pienso en la historia de Moises o en las mezquitas
donde no puedes entrar a algunas salas sin quitarte los zapatos. También
ocurre algo parecido en las tradicionales sociedades asiáticas, donde
los zapatos se quedan fuera de la casa, como tan bien nos enseñan los
dibujos animados para niños. Es un gesto de respeto hacia otro, de mejor
conexión.No podemos andar descalzos siempre; pero sí podemos tener ese
recuerdo y esa predisposición cuando nos encontramos con los momentos,
con lo que nos rodea.
1 comentario:
Hermosa entrada y blog! Nada como caminar descalzo...en lo personal es algo que me encanta, me siento tan bien, tan libre y natural. Saludos! Te invito a pasar por mi blog. :)
http://emmanuelcascallares.blogspot.com/
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